El nuevo Santo Grial – El mundo desde mi bici CXXX

Hay decisiones que nos hacen caer en una serie de eventos desafortunados. (Aquí había anotado disfortunios en vez de sucesos desafortunados. Quería colgarme la medalla de haber inventado un neologismo. No lo hice por dos razones: 1) esta palabra la vi hace unos instantes escrita en un artículo mal redactado del periódico Reforma; entonces no estaría inventando nada y por lo tanto ciao medalla de inventor de neologismos; 2) aunque la palabrita no hubiera sido jamás de los jamases escrita ni proferida, no me cuadra su segunda parte: fortunio no existe en el diccionario, no hace referencia a la fortuna más que tangencialmente y sólo se ha usado como trasnochado nombre propio: uno de mis otrora vecinos tenía este nombre —eso sí— para su infortunio. Y justo ahora me doy cuenta de que esta parte que hace unos segundos para mí no tenía validez se encuentra con toda naturalidad en la palabra in-fortunio. De todas formas no usaré disfortunio gracias a las malas artes de un descuidado periodista.)

Esta semana santa recibí visitas del extranjero. La Pilarica y King Arthur, originarios de esa maravillosa ciudad que es Barcelona, están ahora afincados en las vertiginosas alturas de Bogotá, Colombia. Ahí los dos siguen llevando a cabo sus ancestrales misiones: una haciendo el bien, el otro buscando el Santo Grial. Los dos, agobiados de tanta responsabilidad, optaron por venir a México con una nueva misión: encontrar la salsa de chile más picante del país (y, por ende, del mundo).

¿De dónde nos viene la fama de que nuestra comida es la más picante? Es de todos conocido que países como Hungría, China y la India también tienen una afición por el ají y sus floridas y variadas consecuencias gastrointestinales. Sin embargo, muchos extranjeros reconocen que en México la comida es picante por antonomasia. Tal vez sea porque tenemos una gran variedad de chiles, tal vez porque muchos de nuestros platillos no pueden prescindir de este ingrediente, tal vez sea el lógico resultado del marketing promovido más por los Estados Unidos que por nosotros. La cuestión es que King Arthur y  la Pilarica se dejaron venir desde lejos sólo para enchilarse.

Como me precio de ser un anfitrión voluntarioso, decidí llevarlos a comer a lugares en donde pudieran encontrar algo bastante picoso, pero que no implicara un riesgo severo para su salud: como una gastritis galopante o la muy sobada venganza de Moctezuma y sus consecuentes visitas al doble-u-ce.

Benjamín Franklin, personaje que dijo que el tiempo es oro, también sentenció que las comidas hay que ganárselas. Haciendo caso a sus sabios consejos, me llevé a mis visitantes y a Don Balón al museo de antropología. Este museo narra la historia precolombina de México desde sus inicios, con pre homínidos y mamuts incluidos, hasta justo el momento cuando Cortés y sus huestes decidieron hincar pie en la Villa Rica de la Vera Cruz. Transitamos por más de diez mil años de historia entre obsidianas, pedregales, pirámides y penachos robados. Fue enternecedor ver las caras compungidas por el cansancio y el hambre de la Pilarica, Don Balón y King Arthur al final del recorrido. Habían heroicamente cumplido con su parte del trato y decidí llevarlos a un lugar cercano en donde se comiera opíparamente y en donde pudieran encontrar la salsa picante que buscaban.

La calle de Emilio Castelar, justo enfrente del parque Lincoln, estaba congestionada por el tránsito, lo que hizo desesperar a mis hambrientos acompañantes. En la esquina de esa calle con la de Alejandro Dumas encontré un restaurante que estaba abarrotado. El trailero que llevo dentro de mi cabeza me dijo: si está lleno es porque es bueno. Ordené a Don Balón y a mis visitantes que se bajaran del coche y que apañaran cualquier mesa que estuviera disponible. Mientras tanto yo encontraría un lugar en donde dejar mi auto.

Minutos después, estaba sentado con un par de españoles que venían de Colombia en un restaurante argentino en México. El lugar, por supuesto, no podía ser menos propicio para encontrar una salsa mexicana que picara. Quise enmendar la situación pidiendo unos chiles serranos toreados, que son normalmente como los toros de lidia, es decir, muy bravos, y que por lo general se encuentran en este tipo de establecimientos (en México solamente). Pues resultó que los chiles toreados parecían más pastura para vacas que otra cosa.

Por la noche los llevé a la Colonia Condesa. Cenamos en el restaurante Bonito. Lo más picoso que hubo ahí fue Lucía Méndez, la actriz que algún día fue como el restaurante: bonita. Llevaba puesta una sonrisa perenne y socarrona gracias a una flamante cirugía plástica.

No contento con los resultados obtenidos, decidí quemar todas mis naves y llevarlos al día siguiente a un restaurante muy mexicano. Al parecer este fin de semana no las tuve todas conmigo y mi imaginación sólo alcanzó para llevarlos al Arroyo. Es tan familiar (de familias) este lugar que hasta la salsa de chile habanero parece mermelada de fresa.

King Arthur y la Pilarica han de creer que la salsa mexicana picante es poco menos que el Santo Grial: algo mítico y, por lo tanto, inexistente. Después de todo, tal vez tengan algo de razón.

Nos vemos el próximo miércoles en punto de las 8 de la noche con una bici que no se retrase.

Acerca de Enrique Boeneker

Soy aficionado a una bola de cosas. Peco, es verdad, de disperso. Ésta es una más de entre todas mis aficiones. Ver todas las entradas de Enrique Boeneker

2 respuesta a «El nuevo Santo Grial – El mundo desde mi bici CXXX»

  • Borgeano

    Hace poco tiempo, Enrique, subí una entrada al respecto que se llamó, precisamente, Picante y en donde tomaba un poco en broma el tema. Tal vez para los extranjeros lo que nos resulta más llamativo es, por una parte el picante en sí (el cual es real, créeme) y por otra parte la omnipresencia del mismo. Para nosotros el picante existe, claro está, pero ver cómo se le pone picante a TODO es realmente un asunto muy curioso y altamente llamativo para quienes estamos de visita en este país.
    Por lo pronto, yo ya me estoy acostumbrando; hoy, sin ir más lejos, el desayuno me sabía insípido, así que le sumé un par de rajas de chile (no el incendiario, claro está; aún estoy tierno en estas lides).

    Un fuerte abrazo.

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