De árboles genealógicos y otras plantas – El mundo desde mi bici CIV

Imagen de: mundodisney.wordpress.com

Imagen de: mundodisney.wordpress.com

A todas las familias les da por sentirse aristócratas. La mía no es la excepción.

El apellido Boeneker es rarísimo en México y también en el mundo. Es tan poco común que para mí es imposible escapar de las autoridades impositivas, y es tan original que varios desconocidos lo están usando para crear perfiles apócrifos en las redes sociales.

Es verdad que, para evitar este tipo de plagios, se pueden tomar algunas providencias, pero con la tecnología actual, aunque sólo tengamos una triste cuenta de correo electrónico, cualquiera con una conexión a internet puede encontrar gran cantidad de información sobre nosotros.

Quiero creer que algunas de estas personas han considerado muy cool mi apellido. Lo digo porque resulta que me he encontrado con muchos “parientes” en el feis. El otro día, por puro ocio, busqué Boeneker en esa red social. Cuál fue mi sorpresa cuando encontré a Santiago, a Fenja, a Kaja, a Evelin y a Axel, todos apellidados Boeneker. No tengo ni idea de quiénes son o de dónde salieron.

Y aunque lo sigan pirateando, Boeneker seguirá siendo poco común.

A mi abuelo, científico por afición, era natural encontrarlo detrás de una revista National Geographic. Como todo ser de su especie, era curioso. Un día de su vida le llamó la atención la escasa cantidad de parientes que tenía: somos sólo algunos en México, sobrevive uno en los Estados Unidos y hay poco más de media docena en Alemania. Gracias a la regla de tres, mi abuelo dedujo que si el Boeneker no era un apellido popular con toda seguridad se debía a su origen aristocrático.

Deseoso de hallar un antepasado noble que pudiera ayudarle a reclamar sus  legítimos derechos sobre la Baja Sajonia, puso en marcha un elaborado plan que requirió de la colaboración internacional: a los parientes afincados en la entonces dividida Alemania les mandó hurgar en los polvosos archivos de todos los registros civiles e iglesias que pudieran contener datos relevantes sobre nuestro origen, sin importar si éstos estaban del lado de la Alemania Federal o de la Democrática. Los parientes se organizaron en grupos que hicieron diversos viajes: de Hannover a Leipzig, de Leipzig a Lübeck, de Lübeck a Hamburgo y de ahí hasta Copenhague.

Llegaron con regularidad cartas con noticias y descubrimientos de varia naturaleza. Con esta información, antes olvidada y dispersa, mi abuelo se dedicó a fijar un detallado árbol genealógico. Poco a poco fue encontrando parientes más lejanos en el tiempo y en el espacio. La investigación avanzaba pero no había noticias sobre algún antepasado de sangre azul. De hecho, pasó algo que dio una pista no muy halagüeña. Alguien encontró en los registros de una extinta cárcel al norte de Alemania, muy cercana a las costas del Mar del Norte, a un tátara-tatara-tatara-tatarabuelo que purgó ahí su condena por el delito de piratería. Llegada a este punto, mi abuelo ordenó que la investigación se suspendiera de inmediato.

Decepcionado por el amargo descubrimiento, dejó inconcluso el árbol genealógico.

Todo esto quedó olvidado en una oscura esquina de nuestro pasado, hasta que el Instituto Tecnológico de Massachusetts, harto de inventar tanta cosa útil, tuvo la iluminada ocurrencia de encabezar una investigación sui generis.

Aconsejado por un investigador independiente, este prestigioso instituto decidió unir árboles genealógicos de familias aparentemente no relacionadas por medio de la identificación de parientes comunes. Es decir, si en el árbol de la familia Gutiérrez Godínez aparece un Pito Pérez y ese mismo Pito Pérez aparece en el árbol de la familia Carranza Álvarez quiere decir que estas familias están emparentadas.

Los investigadores del MIT, entusiasmados, se decidieron a ensamblar el inmenso rompecabezas de los árboles genealógicos de todas las familias del mundo.

Usted dirá que esta tarea, además de poco práctica, es imposible. Pues le informo que al día de hoy este grupo de estudiosos ha podido relacionar a más de setenta y cuatro millones de personas y pronostica que, en unos cuantos años, logrará integrar en un solo árbol a los muchos más de siete mil millones de seres humanos que para entonces seremos.

Las repercusiones de esto son importantes. ¿En dónde quedarían las diferencias de raza, de credo, de nacionalidad si todos somos, como esta investigación científica apunta, una inmensa familia? Hay otra repercusión: resulta que usted y yo somos primos. No sólo esto; resulta que soy pariente de Bárbara Mori (¡primaza!), de Stephen Hawking, de Julio Cortázar, de Ayrton Senna y de Nelson Mandela. Infortunadamente me doy cuenta que también estoy emparentado con José Stalin, con Charles Manson, con Adolf Hitler y con Sacha Cohen.

Después de todo, el pariente pirata no estaba tan mal.

 

Si quiere saber más sobre sus parientes, puede acceder al siguiente enlace: www.globalfamilyreunion.org. Como al fin y al cabo usted y yo somos primos, entonces tengo aún más confianza para pedirle que me visite aquí, en su blog De la tierra nacida sombra, el próximo miércoles en punto de las 8 de la noche.

Acerca de Enrique Boeneker

Soy aficionado a una bola de cosas. Peco, es verdad, de disperso. Ésta es una más de entre todas mis aficiones. Ver todas las entradas de Enrique Boeneker

2 respuesta a «De árboles genealógicos y otras plantas – El mundo desde mi bici CIV»

¿Qué opinas? Déjanos tus comentarios aquí. (No tienes que estar registrado en Wordpress para comentar)