Dime como te ves y te diré quien eres – El mundo desde mi bici XCIII

Imagen tomada de: connect.collectorz.com

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Estamos en un mundo en donde las primeras impresiones son lo único que cuenta. Juzgar a priori —pre-juzgar— es una de las cinco naturalezas esenciales del ser humano. Las otras cuatro todavía no las defino, así que ni me pregunte ahora cuáles son.

Hace algunos años había una familia de clase media acomodada. Como cualquier familia de su nivel, vivía en un colonia ad hoc: parque cercano, vegetación abundante y calles con nombres de personajes ilustres extranjeros. Su apartamento era monumental, todos los espacios eran enormes, salvo el baño de visitas. La familia consistía en un papá, una mamá y tres hijas. Empecemos por el papá.

El papá era un hombre cincuentón que se había labrado una sólida carrera en el mundo corporativo. Siempre se le veía vestido de traje y corbata. Dicen, los que intimaron con él, que así también se vestía cuando iba al campo o a la playa. Le gustaba comer en restaurantes de franquicia (pero nunca de comida rápida, no es por ahí el asunto). Procuraba, dentro de ellos, ocupar la misma mesa y bromear peligrosamente con la misma mesera. Digo peligrosamente porque el señor era llevadito y con toda seguridad sus platillos llevaban “premio” bastante seguido. Fumaba tres cajetillas diarias, ni un cigarro menos ni uno más. Tres cajetillas. Sus zapatos estaban siempre inmaculados, el interior de su automóvil no. Era tal su obsesión por la limpieza que en su auto había una gran cantidad de Kleenex tirados por todas partes. Todos ellos habían sido usados para limpiar desde el encendedor hasta el tablero del coche. Aparte de su trabajo, tenía pocas aficiones. Yo sólo sé que no se perdía las sesiones de box de los sábados. Nacido en el norte de este país, tenía fama de recio entre los pretendientes de sus hijas. Sé de muchos que abortaron su misión amorosa por causas ajenas a la relación.

La mamá era maestra en eclecticismo. Además de ser una mesurada ama de casa, era una devota cristiana. Procuraba ir a la iglesia todos los domingos y si había un festejo religioso extraordinario (entiéndase semana santa, corpus, navidad y anexas) no faltaba a misa. A pesar de esto, gustaba de la especulación filosófica y creía que el mundo estaba habitado, además de por seres humanos, por una cantidad estrambótica de espectros de varia naturaleza. Era, eso sí, muy práctica. Todo lo que le parecía poco realista, como por ejemplo estudiar la carrera de contabilidad, lo desechaba de inmediato. A sus hijas las educó con mano firme. Podían salir, sí, pero siempre bien acompañadas. Aceptaba a los ocasionales novios no por sus cualidades económicas o físicas, sino por sus aptitudes. Estuvo muy contenta cuando una de ellas salía con un joven muy espigado: era ideal para cambiar los focos del apartamento. A otro pretendiente, de origen anglosajón, lo aceptó de inmediato. El pobre muchacho ni se enteró que su rol fue el de maestro de inglés de su pretendida y sus posibles cuñadas. Eso sí, de noviazgo formal con este chico, al parecer, nada de nada.

Las tres hijas hablaban como si tuvieran una papa en la boca. Esto, que podría ser considerado como un serio problema psicomotriz en otras latitudes, en México se toma como una virtud que denota clase y educación. La ropa que usaban era estrictamente de marca. ¡Pobre de aquél que se atreviera a cruzar la puerta de su apartamento sin llevar puestos unos jeans Jordache, una camisa Calvin y unos topsiders! No ir a los clubs de moda era un sacrilegio, y los tacos sólo se comían en la madrugada, después de ir a bailar. Sus cigarros favoritos, Marlboro (¿acaso hay otros?), y su bebida predilecta, la de moda y la más cara.

En alguna ocasión se presentó un nuevo pretendiente en esa casa. Había invitado a una de las tres hermanas a una fiesta de disfraces. Como el muchachito ese no era muy avezado en los asuntos de hacerse pasar por alguien más, se le ocurrió caracterizar a un cualquiera. Así que se puso unos pantalones bien rotos, una camiseta Rinbros y unos tenis luidos y bien sucios. Para colmo de males exageró la cantidad de gel en el cabello. Ni Pepe el Toro, con todas sus penas, se llegó a ver tan mal. Para la desgracia de este joven, la familia entera estaba en la sala cuando él llegó: Papá con su cigarro, Mamá con su café y las tres hermanas echando tiros de lo guapas. Apenas hubo traspasado la puerta principal, se alcanzó a oír un ¡ah! generalizado.

Supongo que no tengo que mencionarle quien fue el imprudente.

 

Prometo la próxima semana vestirme mejor. Para ello lo invito aquí, en su blog De la tierra nacida sombra, el próximo miércoles en punto de las 8 de la noche.

Acerca de Enrique Boeneker

Soy aficionado a una bola de cosas. Peco, es verdad, de disperso. Ésta es una más de entre todas mis aficiones. Ver todas las entradas de Enrique Boeneker

17 respuesta a «Dime como te ves y te diré quien eres – El mundo desde mi bici XCIII»

  • Erika Boeneker

    Claro que me gusta y mucho. ¿Quién fue, quién fue? Adivinen. Adivinen.

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  • etarrago

    A veces resulta difícil hacerse pasar por uno mismo. Parece fácil pero, al parecer, no lo es, amigo Enrique.
    Bonita fotografía de una nueva sociedad que perdió los valores heredados desde tiempo inmemorial. Las crisias acostumbran a exgaerar la riqueza y la pobreza, la estupidez y el practicismo. Nuevos valores, nuevas formas Ojalá sea un mundo estéril, nos ahorraremos la estúpida descendencia.

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  • Veronica

    No tengo traje de etiqueta ni ademanes de sra. compuesta. Y sin embargo…
    Es un placer leerte. Aunque siento alguna (mínima) culpa cuando abandono tus posts sin responder a las preguntas finales.

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    • Enrique Boeneker

      Nada de culpas. Esto es un espacio libérrimo. El que opina lo hace y el que no quiere opinar no tiene que hacerlo (dijo, por cierto, Pero Grullo).
      Por favor, siéntete como en casa.
      Mil gracias por leer todo esto.

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  • tonamtzalor

    Buen recordatorio de aquel refrán «el hábito no hace al monje», algo que en nuestra sociedad superficial muchas veces olvidamos. Saludos de nuevo trasatlánticos, mi estimado escritor.

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    • Enrique Boeneker

      ¡Hola, Tona!
      Siempre es un gusto tenerte por estos lugares. Lo que sí debemos consentir es que al menos los topsiders eran muy cómodos. (Por cierto, ¿ya viste lo que valen ahora? ¡Carísimos los condenados!)
      Abrazo trans… trans… transocéanico de mi parte.

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  • danioska

    No sé si lo llamaría imprudente o aplaudiblemente osado.
    Saludos

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  • Shira Shaman

    Me gustó mucho tu narración, logré imaginarme en la sala de esa casa, espero seguir visitándote, Saludos 🙂

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  • Borgeano

    Bonita familia. como para llevarla al zoológico y exponerla. Será que uno es tan poco pretencioso que hasta me parece demasiado trabajo todo eso. Mejor la sencillez de ser lo que se es y ya.
    Un abrazo.

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    • Enrique Boeneker

      Esta bonita familia se sigue sorprendiendo con mis ocurrencias, Borgeano. 😉
      El sábado los llevaré al zoológico, lo prometo.
      Un abrazo.

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      • Borgeano

        Acabo de ver que he cometido una grosera metáfora; me disculpo por ello. Gracias por tu sentido del humor, Enrique. Ten por seguro que no fue mi intención decir nada inapropiado.
        Un abrazo.

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      • Enrique Boeneker

        Me imaginé que pensarías eso después de haber releído mi respuesta, mi querido Borgeano. Déjame decirte que no debes de preocuparte de nada y por supuesto no fuiste grosero en lo absoluto. Todos de este lado en verdad somos de sangre muy liviana y nos gusta reírnos de nosotros mismos con frecuencia. (Y a veces exageramos un poco el punto para que la risa fluya).
        Un abrazo.

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      • Borgeano

        Me tranquiliza saber eso Enrique. Las disculpas quedan en pie, como debe ser.
        Un fuerte abrazo.

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