Nieve en la tele – El mundo desde mi bici XCI

Imagen de: hechosdelmundo.com

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Antes, la televisión no era tan mala. Y no lo era por partida doble: la calidad de los programas era mejor y su tecnología exigía el uso de la imaginación de los televidentes. Después de todo, la caja idiota no producía tantos idiotas. Al menos eso quiero creer.

En otra ocasión me encantará extenderme sobre los divertidos programas de televisión que había cuando era un niño o un adolescente imberbe. Por ahora me abocaré a recordar los cambios en la calidad de la transmisión.

Al principio la tele se veía en blanco y negro, como las películas antiguas. Me viene recién a la memoria una anécdota relacionada con esto. Años después, cuando la televisión a color era de lo más común y silvestre, el sobrino de un buen amigo mío le preguntó, con ojos grandes llenos de asombro, por qué en el pasado todo era blanco y negro; se refería, claro está, a como para él en verdad el mundo era y no sólo lo que se veía en el cine o la televisión. Con igual perplejidad, mi amigo no supo bien cómo explicarle que el mundo siempre ha estado en Technicolor, pero que en tiempos antiguos los hombres únicamente atinaban a fotografiarlo con artefactos que sólo podían representarlo con los matices del gris o del sepia. El sobrino de mi amigo le lanzó una mirada-de-no-me-mientas y se fue burlón. A él le gustaba la idea de que el mundo de antes no tuviera color.

En fin. La cosa es que los primeros aparatos de televisión eran en blanco y negro. Yo tuve uno que estuvo primero en la sala de mi casa. Era un mueble de madera oscura y robusta que me recordaba a lo que debía haber sido el chifonier de la Reina Victoria. Contaba con unas cortinillas de madera a manera de puertas que ocultaban el armatoste electrónico cuando no estaba en uso. Después, mi abuelo inauguró un cuarto al cual lo bautizó como la tele-sala. Tenía dos sillones y del lado opuesto el pesado aparato. En la tele-sala veíamos todos juntos la televisión. O creíamos verla. Cuando uno prendía la tele aparecía una débil luz que iba ocupando la pantalla completa poco a poco. Luego el tímido esbozo de una imagen se dibujaba. Era un amasijo de luces y sombras ininteligibles. Al final, se podía ver el programa preferido detrás de una fina nieve que, si llovía, se podía convertir en rayos violentos que atravesaban la pantalla completa. Para tener una imagen con menos estática era necesario pararse de su asiento, tomar la antena y hacer una serie de contorsiones dignas del brahmán más santo. Se lograba, después de muchos esfuerzos, que la estática disminuyera mas nunca que desapareciera. Lo bueno es que los diálogos se escuchaban muy bien. Uno podía deducir gran parte de la trama con sólo escuchar atentamente. Era un radio con la prestación adicional de proporcionar cierta imagen: un verdadero portento tecnológico. Todos éramos felices.

Hasta que llegó cablevisión. Por supuesto, este sistema llegó primero a la casa del vecino. (Por cierto, todo lo que valía la pena llegaba primero a casa del vecino). Dos ventajas maravillosas del cable de esos días: los comerciales eran en inglés (lo que lo hacía muy atractivo porque, aunque no se entendiera nada, era algo nuevo) y la imagen que se recibía no tenía —¡voilá!— ni siquiera un punto de estática. Era, para que se me entienda, la alta definición de nuestros días. Descubrimos, por ejemplo, que las pecas del Chavo del Ocho eran pintadas y no naturales; descubrimos también que lo que con tanto afán perseguían los futbolistas era, como lo supusimos desde un principio, un balón de futbol.

Lo que pasó después es la misma definición del progreso histérico. Televisiones más grandes, otras que parecían pantallas pequeñas de cine, televisiones de plasma, de cristal líquido, de LED.

Todo esto acompañado por los peores inventos de esa industria: el pago por evento y la transmisión exclusiva.

Esta perversión de la televisión de paga (porque en verdad es un abuso) nos obligó a la mayoría a ver las transmisiones restringidas en nuestras computadoras a través de páginas piratas de cuestionable calidad. De esta manera volví a ver la televisión con estática, y no nada más eso, también con congelamientos inesperados de la imagen y retrasos a veces hasta de minutos; estas deficiencias, por cierto, no ocurrían en las transmisiones de hace 40 o 50 años. Así que los increíbles avances tecnológicos de los últimos quince años nos han devuelto a nuestro origen, pero en peores condiciones. Muchos partidos del mundial los tuve que ver así, y a pesar de la pobre calidad de la imagen le puedo decir que el de Robben…

NO ERA PENAL.

 

Lo invito a seguirme aquí, en la De la tierra nacida sombra, el próximo miércoles a las 8 de la noche. Hasta entonces.

Acerca de Enrique Boeneker

Soy aficionado a una bola de cosas. Peco, es verdad, de disperso. Ésta es una más de entre todas mis aficiones. Ver todas las entradas de Enrique Boeneker

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