Voy a escribir esto ayer – El mundo desde mi bici XC

Imagen de notiultimas.com

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¿Quién dijo que hay un orden? ¿Por qué los científicos hablan de leyes naturales? ¿A qué se refieren aquellos cuando dicen que todo tiene una razón de ser? ¿Es posible que no haya porqués ni orden alguno? Este pequeño apunte no intentará hacer filosofía, mucho menos teología. Eso que lo hagan los que saben. Yo sólo quiero ilustrarle mi confusión.

Hace algunas semanas le comenté sobre el principio de entropía. Recordemos que este principio, tomado en préstamo de la termodinámica, nos dice que el universo tiende hacia el caos. Aunque no fue hace mucho, estaba convencido de que todo lo que nos sucede se puede muy bien explicar por la entropía inherente a la naturaleza. Sin embargo, ahora siento que la causa de este desorden está en otro lado.

Alguien me mandó por correo electrónico algunos consejos para mejorar la creatividad. Tengo que aceptar que en estos días me ha estado aterrorizando algo: quedarme sin ideas. Un escritor que mantiene un blog, como su servidor, no puede quedarse sin ideas. Aún menos si es leído por 3 personas o un poco más. Bien. Este correo que recibí con oportunidad metafísica tenía varias sugerencias útiles. Entre ellas la de escuchar cosas distintas a las que habitualmente escuchaba.

Como toda persona de cierta edad (no me salga ahora con que medio siglo es poco), me he ido apropiando de ciertas manías y sobre todo de varias rutinas. Me gustaba, hasta hace poco, escuchar las noticias en la radio por la mañana. También me encantaba comer cereal, o tomar café o leer antes de dormir. Haciendo caso al consejo recibido, me he dado a la tarea de cambiar poco a poco estas manías. Ahora oigo jazz, música clásica y algunos podcasts.

Mi podcast favorito es el del Explicador. El Explicador, para aquellos que no lo conozcan, tiene un nombre más terrenal: se llama Enrique (tenía que ser) y se apellida Ganem. Su programa radiofónico es de divulgación científica. Le gusta abordar cualquier tema: desde el efecto de los detergentes en el desagüe hasta la posibilidad de que toda la materia sea poco más que nada. El día de ayer, habló sobre la medición del tiempo. Dijo que nuestra Tierra no se traslada alrededor del sol ni gira sobre su eje con uniformidad newtoniana. Cada día nuestro planeta experimenta ligeras variaciones de velocidad y de rumbo que hacen que nuestros años nunca sean iguales. Ese aparato llamado sistema solar, que nos fue vendido por nuestros maestros como un mecanismo de precisión infinitesimal, se fue por la letrina. Resulta que, como cualquier tejón, la Tierra también se pasea por donde le da su real gana, quitando o poniendo segundos a su antojo.

Si a esto le agregamos la ocurrencia de Einstein, entonces tenemos un horno listo para bollos.

La susodicha ocurrencia nos comenta que el tiempo es relativo. No quiero aquí extenderme mucho en el asunto. La cosa es que si se sube a un burdo tren usted “gana” (¿O pierde? ¡Qué más da!) tiempo. No me refiero a que llega antes que un peatón, me refiero a que usted gana una diezmillonésima, o algo así, de segundo de vida. Por supuesto esta cantidad se hace más grande entre más veloz sea el transporte.

Pues resulta que en estos cincuenta años me he subido a bicicletas, coches, ferrocarriles, autobuses y aviones. Los recorridos que he hecho en ellos son muy variados: en autobús, a Chiapas; en tren, a Guadalajara; en coche todos los días; en bici ahora van a ser dos días a la semana, y en avión he tenido la fortuna de cruzar el Atlántico algunas veces y de ir a los Estados Unidos otras más. Además voy trepado en la Tierra, que bien vista es una nave espacial hecha y derecha. Así que he tomado muchos “atajos” en esta vida y entonces tal vez mis cincuenta años no sean cincuenta sino cuarenta y nueve y medio o cincuenta y dos tres cuartos, qué se yo. Me aterra la posibilidad de que no esté escribiendo esto ahora mismo, sino más tarde o tal vez lo hice el domingo cuando México perdía su partido. Y a ese hombre que veo cruzar la calle en este momento es muy probable que venga del futuro o de hace un siglo y ni él ni yo nos hemos enterado.

Necesito un Dramamine.

 

Lo espero aquí, haciendo tierra, la próxima semana. Tendré una bici menos… esto que acaba de suceder, lo prometo. Ah, sí. En La tierra nacida sombra. Ocho de la noche.

Acerca de Enrique Boeneker

Soy aficionado a una bola de cosas. Peco, es verdad, de disperso. Ésta es una más de entre todas mis aficiones. Ver todas las entradas de Enrique Boeneker

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